Empecemos...

Primero:

Empecemos sin nada.
Entreguémoslo todo.
Acabemos con nosotros mismos,
de una vez por todas,
deshagámonos de las culpas,
las deudas morales, finiquitemos
la pena, la angustia, el rencor.
Saquemos al viento las cartas,
dejemos que todo se vaya,
que vuele y se aleje y se extinga.
Que se acabe la esperanza,
pero la rezagada, la del pasado,
la que nos ata a lo que no vuelve.
Que se acaben las cajas,
los papeles guardados,
las facturas, las cartas,
lo que nos vincula a los muertos.
No se acaban las ideas
y el valor del amor trasciende
muta, cambia, se transforma,
y de una nueva forma
lo que tiene que ser
inevitablemente nace.
Empecemos sin nada,
reset: todo nuevamente a cero.
Que no hayan excusas,
ni cadenas, ni lastres.

Segundo:

Y que cuando ya no haya algo,
cuando todo sea nada,
cuando nada sea viejo,
y todo sea nuevo nuevamente,
que cuando todo termine
y empezar sea lo único que importe,
entonces, que Dios llegue,
que Dios venga de una vez para siempre,
que nos reforme, que nos rehaga,
que nos engendre de nuevo,
que nos instruya, que nos complete,
que Él sea todo en todos,
mi todo y el nuestro,
que no queden dudas, ninguna,
que sólo quede la certeza,
que la vida que resta,
lo que aún falta y lo que aún no llega,
tengan como único objetivo,
despertar cuando suene la trompeta.
Dar un salto entonces, a la vida eterna.

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